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En busca de las Fuentes del Nilo

  • Foto del escritor: Martin Vergara
    Martin Vergara
  • 11 feb
  • 10 Min. de lectura

La historia de hoy es de 2019, cuando hice mi primer viaje a África y cumpliendo un gran sueño que tenía desde hacía años. Desconozco de dónde surgió el anhelo por conocer los misterios de este continente, pero a la fecha del viaje ya tenía en mi biblioteca más de 30 libros de historia, cultura, política, literatura, testimonios, etc. de numerosos países africanos. Siempre que intento recordar me viene a la memoria este video de música kenyata que un amigo me mostró allá por el 2008:


Quizás no les diga mucho... y hoy que fui testigo de numerosos bailes y cantos similares, no sabría decir si mi deseo nació con esto. Pero en fin... lo cierto es que en este viaje se concretaba un sueño.


Había conseguido unos pasajes muy baratos a Sudáfrica, que fue mi puerta de entrada al continente; pero lo que de verdad quería era visitar el África profunda, así que compré unos vuelos para Ethiopía. De este país tengo muchísimas historias que contar de la primera vez, además de haber vuelto en 2022 y seguramente en un futuro. Ethiopía tiene un lugar guardado en mi corazón, tampoco sé bien por qué.


Hoy quiero contarles la historia de nuestra visita a Gish Abbay. La inspiración para hacer este viaje se la debo a tres grandes escritores, cuyos libros la mera casualidad puso en mis manos hace tiempo: uno del gran Ryszard Kapuscinski ("El Emperador"), quien alimentó y dio forma a mis primeros sueños sobre África; Javier Reverte ("Dios, el diablo y la aventura"), a quien descubrí de pura casualidad leyendo un libro de otro autor durante un largo viaje en tren por las afueras de Río de Janeiro; y Ricardo Coarasa ("Las fuentes del Nilo Azul"). De los primeros dos autores ya leí varias de sus magníficas obras. Este viaje se inspiraba en un capítulo del tercer autor, quien dudo que pueda imaginarse que el relato de su experiencia motivaría un viaje de tan sinsentido turístico para cualquiera. De hecho, apenas llegar al aeropuero de Addis Ababa, cuando me asaltó la primer agencia turística ofreciéndome recorridos le dije "no, quiero ir a Gish Abbay", a lo que el empleado me respondió: "¿Para qué? Nadie quiere ir a Gish Abbay". Bueno, ese es el turismo que a mí me gusta hacer.


Y con Gish Abbay comenzamos nuestro recorrido formal por la historia, cultura, fe y tradición ortodoxa etíope.


Habíamos llegado a Bahir Dar, donde hicimos noche. La noche de hotel había sido bastante confortable, aunque lo dudoso era el agua amarillenta que salía de canillas, duchas e inodoro... Nos dio la impresión de que debía venir directo del Lago Tana, a escasos metros del hotel.


A lo lejos se escuchaban por altoparlante los cantos ceremoniales de la cercana iglesia ortodoxa. Después de desayunar a las 6:30 unos huevos revueltos y un confuso café ("a coffee with a bit of milk" fue interpretado como una taza de leche caliente, corregida luego en un café puro), nos pasaron a buscar Zenaw (guía) y Set (chofer) para dirigirnos a Gish Abbay, el pequeño pueblo nada turístico pero de fuerte simbología para los etíopes: allí nace en una delgado y débil corriente de agua lo que luego será el robusto Nilo Azul, el principal afluente del Río Nilo, seguido por el Nilo Blanco que nace en Uganda (mucha gente cree que el Nilo nace en Egipto, pero es un error común cuando la única historia que se conoce es la contada por Billiken o "Genios").


La búsqueda y descubrimiento de las fuentes del Río Nilo fue motivo de apasionantes aventuras a lo largo de varios siglos, protagonizadas por eminentes exploradores europeos como Speke y Burton, aunque el mérito de encontrar las del Nilo Azul se debe al jesuita Pedro Páez.


Gish Abbay es el nombre del pueblo: "Abbay" es Nilo, y "Gish" es el nombre de la montaña de donde brota el río. Este lugar es sagrado para los ortodoxos ,y numerosos etíopes llegan hasta acá para bautizarse, curar enfermedades, expulsar demonios o tan solo rezar. De hecho, según la tradición el Nilo es llamado también el Guijón, uno de los cuatro ríos que brotaban del Paraíso del Edén... así que se pueden imaginar lo que representaba hacer este viaje.


Nuestro periplo duró 4 horas en una antigua combi con amoriguadores jubilados hacía tiempo: 2 nos tomó recorrer los 129 kilómetros que separan Bahir Dar de Tilili, ubicada al sur, y 2 horas más los 30 km por ripio (si así se pueden llamar las desordenadas e irregulares piedras desperdigadas por el camino de tierra). La ruta a Tilili estaba pavimentada y en muy buen estado; el único peligro lo representaban quienes la transitaban: niños y adultos caminando al costado o atravesándola llevando vacas o cabras, carretas tiradas por burros o caballos cargadas hasta un tope que difícilmente imaginaríamos, tuk tuk (motos de tres ruedas, con una carcaza que las cubre y que llevan pasajeros) cruzándose y adelantándose por donde se les antoja, camiones, combis y bondis; en fin, una gran democratización vial.

Por la ruta fuimos pasando diferentes poblados, algunos más grandes que otros, con sus casas de adobe techadas con chapa que en diseño, construcción y tamaño despertarían la envidia de las que se pueden ver en tantos poblados rurales (y no tan rurales) del norte argentino, al menos según las que conocí en algunos parajes de Santiago del Estero. Y al costado, siempre, gente caminando: al parecer con un destino fijo y trabajando, en general cargando cosas (lo que sea en producto y tamaño), porque ese día era sábado, y el sábado es día de mercado. Quizás desde tiempos inmemoriales.


Durante el viaje Zenaw nos fue explicando y recordando con orgullo y un tono de voz apasionado algunas cuestiones importantes de Etiopía: cómo es el único país africano que no celebra "Día de la Independencia" sino "Día de la Victoria"; que 13 países africanos toman los colores de la bandera etíope (verde, amarillo y rojo) para sus banderas, como Ghana, el primer país africano en independizarse; que Etiopía es la cuna de la humanidad, ya que acá se encontraron los restos de Lucy (y que hoy descansan en el Museo Nacional de Etiopía, en Addis Abeba); que el Arca de la Alianza se encuentra escondida y a resguardo en un monasterio de la ciudad de Aksum (al norte); que este fue el primer país de la historia, antes incluso que Arabia Saudita, en reconocer un territorio para los musulmanes; y que la lengua originaria del Imperio de Aksum es el Geez, con la cual están escritos los libros sagrados y sólo saben hablar sacerdotes, diáconos y monjes.


Hicimos una parada técnica en Injibara, donde nuestro guía y chófer desayunaron injera, y nosotros nos tomamos un café, aunque a los pocos minutos tuvimos que desplazarnos porque a alguien se le ocurrió soldar una chapa a un metro nuestro, tirándonos encima todas las chispas. Después tuve la grata experiencia de pasar al baño, lo cual me trajo a la memoria la explicación del médico acerca de la facilidad de contagio de Hepatitis B, y agradecí haberme vacunado.


Seguimos viaje hasta Tilili, y allí cambió completamente el panorama: atravesamos el mercado y a nadie pareció importarle que la combi quisiera avanzar, mucho menos al burro que delante nuestro tiraba de vaya Cristo a saber qué cosas. Una gran masa de gente transitando en un espacio que no distinguía calle, vereda, puesto de venta, y encima mirándonos... ¿qué podemos estar haciendo dos "farenjis" (blancos) ahí? Más bien daba la impresión de que la camioneta, en lugar de tener derecho a avanzar a bocinazos, ocupaba un lugar que no le correspondía.


Atravesado el mercado de Tilili nos emprendimos a recorrer los 30 km que nos demandaron 2 horas por ripio, rezando para no pinchar y preguntándonos cómo la camioneta aguantaba semejante maltrato.


Llegamos a Gish Abbay cerca del mediodía. Después de escuchar hablar a Zenaw durante un rato con la gente del lugar, resultó que no nos dejaban pasar porque éste era un lugar sagrado para los cristianos; mucho menos entrar al templo, ni siquiera dar una vuelta alrededor. Me dio un poco de envidia: en Occidente ni los mismos católicos respetan muchas veces la sacralidad del templo, que parece ser un lugar más para conversar que para rezar. Pero se nos ocurrió mostrarles el escapulario de la Virgen del Carmen que yo llevaba y la cruz que tenía Pavel, y mostramos que también nosotros éramos cristianos, y que creemos en Jesús y en su madre la Virgen María y ahí les cambió la cara; pagamos la entrada que un anciano cobró y nos dirigimos hacia las fuentes sagradas del Nilo Azul.

Entrada al predio, con la iglesia ortodoxa de fondo.
Entrada al predio, con la iglesia ortodoxa de fondo.

Habremos recorrido unos doscientos metros de terreno arbolado y bien cuidado hasta llegar al dichoso lugar. Una valla de bambú, custodiada por ancianos clérigos separaba el recinto sagrado del espacio "público". Intentamos entrar, pero no nos dejaron: ese lugar sí era sagrado y está reservado para para bautismos y entrada de gente enferma y poseída (desconozco si alguna fuerza diabólica era la que hacía gritar y correr a un hombre que andaba por ahí). Así que nosotros no éramos dignos de entrar si sólo buscábamos curiosear o sacar fotos. Quienes se bautizan se tienen que desnudar por completo y colocarse debajo de unos chorros de agua, y beben el agua encharcada que allí comienza a brotar. Podría haber dejado de lado el pudor por unos minutos para experimentar un rito tan profundo y antiguo, pero de ninguna manera hubiera tomado de esa agua amarronada y cuasi estancada. Es más: no me sorprendería que las arcadas que se escuchaban a lo lejos fueran vómitos por ingerir un agua llena de bacterias, y no por la purificación ritual que decían que producía. Los sacerdotes cargan botellas y las colocan afuera de una capilla cercana, y allí se acerca la gente a beber o llevarse el agua "sagrada".

El recinto más sagrado se encuentra detrás del cercado de bambú.
El recinto más sagrado se encuentra detrás del cercado de bambú.
Así es el grandioso y mítico Nilo Azul cuando nace: acá están las fuentes.
Así es el grandioso y mítico Nilo Azul cuando nace: acá están las fuentes.

Nos quedamos un rato ahí abajo, contemplando y meditando cuán increíble es que de una fuente de agua tan pequeña, sencilla y oculta, en un recorrido de varios cientos de kilómetros se pueda conformar el río más largo y mítico del mundo, el caudaloso e imponente Río Nilo. Era enero, y como Ethiopía se rige aún por el Calendario Juliano estabamos en tiempo de Navidad. Quizás lo mío no fuera del mayor rigor teológico, pero inevitable no pensar en un Dios que vino al mundo hecho un pequeño e indefenso bebé en un pueblo olvidado, para luego ser el Centro y Señor de la Historia.

Set (chófer), yo, Zenaw (guía) y Pavel, quien no podía entender tantas horas de viaje por un "charquito".
Set (chófer), yo, Zenaw (guía) y Pavel, quien no podía entender tantas horas de viaje por un "charquito".

Nos sacamos unas cuantas fotos, incluso con el guía y el chófer: nos confesaron que ellos sabían bien de este lugar pero no habían venido nunca porque ningún turista quiere conocer las fuentes del Nilo, sólo las famosas cataratas; y gracias a nosotros que pagamos el viaje tuvieron la oportunidad de venir y rezar en un lugar tan relevante. Así que nos agradecieron efusivamente (obvio también nos cobraron, una cosa no quitaba la otra). Yo me compré una cruz etíope de madera, muy sencilla pero linda.


Volvimos hasta la combi acompañados de todo el grupo de chicos que acudieron apenas llegamos, a quiénes alcanzaba un guiño de ojo para arrancarles una sonrisa, o decirles mi nombre a cambio de una carcajada. No romantizo la pobreza al decir esto, porque soy muy consciente de las carencias en las que estos chicos viven: pero la sinceridad y profundidad de esa sonrisa poco tenía que envidiar al gesto de tantos chicos que desempaquetan aburridos la última novedad que impone el consumismo materialista.

Regresamos por el mismo camino, el cual se nos hizo mucho más rápido. Eso sí, cuando llegamos a Tilili nos encontramos atascados en un gran embotellamiento de carretas, burros y personas que volvían del mercado cargando sus productos comprados o no vendidos. La ruta nos recibió con el mismo riesgoso trayecto, y al menos ésta vez fui conciente de los continuos bocinazos para echar de la ruta todo aquello que no fuera un vehículo automotor.


Paramos en el camino para almorzar, otra vez injera. No estuvo mal, pero esta vez la pedimos con pan. Mientras tanto nos dieron para picar trozos de carne cruda con pimiento molido... Los trozos los cortaron delante nuestro de la res que colgaba en la entrada del restaurante y ahí nomás los pusieron en un plato. De verdad, en todo viaje me encanta probar la comida típica del lugar, y a lo sumo volver con la experiencia de que no me gustó (como el cuy o el gusano suri, en Perú), pero creo que los riesgos de comer un pedazo de carne cruda de una vaca flacucha que hace rato estuvo colgada al aire libre un día de calor son muy altos: preferimos evitar el riesgo de alguna bacteria que quisiera carcomernos los intestinos y arruinarnos el resto del viaje. Así y todo no me siento capaz de certificar la salubridad ni el nivel de cocción de la carne que luego nos trajeron.

Kitfo que nos sirvieron en el camino: carne cruda, recién cortada y servida con especias.
Kitfo que nos sirvieron en el camino: carne cruda, recién cortada y servida con especias.

Volvimos a Bahir Dar y después de una ducha salimos a buscar alguna iglesia católica en la que se celebrara misa, sabedores de que lo importante es el sacramento, porque no íbamos a entender nada de amhárico. Nos tomamos un tuk tuk y fuimos al Blessed Gebre-Michael Catholic School, a unos 10 minutos del hotel. Es un colegio que depende de la Congregación de los Vicentinos, y la iglesia (más parecida a una capilla) también era sede episcopal. Curioso.


La diócesis de Bahir Dar - Dessie abarca poco más de 220 mil km²; de poco más de 16 millones de habitantes de la región sólo el 0,1% son católicos (17 mil).


Después de rezar un rato y no conseguir enterarnos de si había o no un cura ni cuándo una misa, nos encontramos con una monja filipina que nos recibió muy bien y nos informó de la misa de rito etíope en amhárico para el día siguiente; también nos ofreció una en inglés, pero era más interesante en la lengua local. Después conocimos a Abba Abinet, el párroco, y conversando sobre las costumbres de los ortodoxos etíopes tuvimos una divertida conversación sobre cómo los católicos, tildados de conservadores en todo el mundo, al final somos de los más abiertos y tolerantes.


Volvimos a la capilla para rezar un rosario frente al Santísimo expuesto, y nos tomamos otro tuk tuk para volver a cenar al hotel; de paso nos dimos cuenta de cómo se había aprovechado el chófer de la ida, quien nos cobró 100 Birrs, cuando el segundo apenas nos pidió sólo 30. En fin... Fue un gran día aprovechado. Turismo no convencional, del que para mí realmente vale la pena.


Después de cenar salimos a dar una vuelta y ver cómo se pone la noche etíope, pero alrededor del hotel no tuvimos mucha suerte y las calles están muy poco iluminadas como para recorrer mucho a pata. La anécdota que coronó el día: se nos acercaron dos chicos a explicarnos en espanglish que un hermano de ellos había sido detenido por la policía... Nos suplicaban que fuéramos nosotros a decirle a la policía que él era inocente y no había hecho nada. Es curioso el poder que creen que tenemos los blancos sólo por ser blancos (o farenjis).

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